Hay alguien que está intentando matarme. Y está dentro de mí
mismo.
Avanzaba lentamente,
pasando desapercibido; ganando confianza, destruyendo barreras. Así, poco a
poco, empezó a acercarse más y más, apresando puntos vitales sin que pudiera darme
cuenta.
Ahora avanzas sin
miedo, sin freno, sin esconderte. Pero ya no es necesario. No lo es, porque te he
aceptado sin miramientos, porque sabes
que ya no hay forma de que pueda detenerte aunque esté enterado de tu presencia; de tu caminar apresurado e
indiferente que deja heridas por todas partes. Un camino de dolor, de lágrimas
y de sangre. Porque no puedes esperar abrir una herida y que quede impune. La
sangre intenta limpiar ese camino, pero la cicatriz que dejas en mi mente no
sanará, la herida que abrirás en ti, no cerrará jamás.
Me doy cuenta,
además, de que caminas sin rumbo, sin saber dónde estás, sin saber siquiera a
dónde vas. Estás tan perdida en el camino, como yo lo estoy contigo. Pero no
puedo ayudar a quienes no desean ser ayudados.
He intentado sacarte
del camino, uno lleno de espinas que nos dejarán marcados para siempre, por el
dolor, por el cinismo, por la mentira. Porque una vez que te claves una espina,
miles atravesarán mi cuerpo, dejándolo al borde del abismo, a punto de morir.
Pero pareciera que ese es tu objetivo: que sacrificarás un poco de dolor al
clavarte la espina por primera vez, ver cómo sangras y te dejas marcada para
siempre; sólo para sentir el placer de ver cómo empiezo a desaparecer de este
mundo, mi propio mundo. Porque es en mi cabeza donde estás.
Pero yo sé quién
eres, porque ahora estás tan cerca, nublando mis pensamientos, que sería
imposible no verlo. Y si es necesario arrancarte parte por parte, lastimarme para
poder sacarte de mí, para cortar el lazo tan fuerte que creaste; lo haré, porque
mis heridas sanarán; pero las que tanto te empeñas en provocarme me matarán
porque no existe forma alguna en el mundo que me pueda ayudar a curar tanto
dolor.
Yo te conozco. Te llamas
amor. Te llamas… Tú.
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